ARTÍCULOS AMBIENTALES

Anne LaBastille, los quetzales, el Parque Nacional Volcán Barú y su futuro

Ariel Rodríguez-Vargas
Del 12 de febrero al 4 de marzo de 1972 (47 años) Anne La Bastille un ecóloga de la vida silvestre de la Universidad de Cornell, hizo un reconocimiento de campo en el Volcán Barú, por arriba de la línea de elevación de los 1700 m porque por debajo de esta línea ya había muy poco bosque que proteger de la masiva deforestación que ya existía para esa fecha.
El estudio ecológico fue posible a la generosa donación del Fondo Mundial de la Vida Silvestre (WWF) el US National Appeal y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN) en Suiza. Fue el proyecto en conjunto 42-1. El Parque Nacional Volcán Barú fue creado por el Decreto No. 40 del 24 de junio de 1976 y donde el trabajo y visión de LaBastille quedó plasmada: «Que de acuerdo a estudios técnicos realizados por expertos, a solicitud del Gobierno Nacional, es conveniente someter a un régimen especial de protección, conservación y manejo del área del Volcán Barú».
El impulsor de este estudio técnico desde el exterior fue el Doctor Gerardo Budowski, director general de la UICN, fiel entusiasta de la creación del Parque Nacional Volcán Barú. A nivel local este entusiasmo fue bien recibido por el Ing. Carlos Enrique Landau quien fungía en ese momento como ministro de Desarrollo Agropecuario y los representantes de la Organización Mundial de la Alimentación (FAO) en Panamá, especialmente al Dr. John Howell, quien era el Director del Proyecto denominado Inventario y Demostraciones Forestales. Todos entusiastas promotores de la conservación de la naturaleza.
Previo a esta expedición ya había un documento preparado por los investigadores del Servicio de Parques de EE.UU en cooperación con la FAO, Richard Ogle y Harold Jones (1972) que indicaban los cuatro sitios en Panamá en donde se debían establecer parques nacionales a largo plazo, pero indicando que la prioridad la tenía el Volcán Barú. Anne LaBastille dijo en su momento que un parque nacional con la magnitud, majestuosidad, variedad del Volcán Barú era sin duda el plan de uso de la tierra “más sabio” del gobierno de la República de Panamá.
Le Bastille escribió en su informe que el Volcán Barú como parque nacional no sólo aseguraba preservación de la naturaleza y “perpetuación” de los bosques montanos primarios panameños y la vida silvestre asociada, sino que también proveía un manejo crítico de las cuencas y la protección de los frágiles suelos montanos.
Indicaba además, las ventajas estéticas y recreativas para los panameños y los visitantes extranjeros eran también muy obvias. Ella veía enormes ventajas económicas que se ganarían a través del uso cuidadoso y el disfrute del esplendor natural del área. Indicaba además que la creación del Parque Nacional Volcán Barú llegaría a ser un ejemplo a los países vecinos de las muchas ventajas y ganancias posibles a través de la conservación de la naturaleza. Ella pensaba que este parque, dado la destrucción de bosques que vio, por doquier en esa época, que era el último y mejor momento en el tiempo para su creación. Decía que era el último momento porque los años pueden llegar pronto cuando no quede ningún área natural intacta o animales por preservar; y el mejor momento, porque en los años que corren es cuando los seres humanos necesitan estar calmados, inspirados, fortalecidos y educados por el mundo natural como nunca antes.
LaBastille, también citó a Ogley y Ray (1972) donde ya indicaban para esa fecha que la agricultura en la región del Volcán Barú había destruido un 90% de los bosques nativos originales que ayudaban a regular el balance hidrológico de los ríos Macho de Monte, Chiriquí Viejo y el Caldera.
Su estudio obviamente describió todas las condiciones naturales bióticas y abióticas, pero quedaba claro la importancia estratégica de salvar los bosques montanos del Volcán Barú de la destrucción ambiental que había ocurrido por debajo de los 1700 metros de altura.
Sus observaciones por la cara sur del Volcán entre los 2000 y 2360 metros de altitud, registró tres localidades con una buena población de quetzales: Finca Aguacate, Cerro Aguacate y Bajo Grande arriba de Cerro Punta, lo que la llevó a sugerir el sector sur del futuro parque como el Santuario de los Quetzales. LaBastille también registró poblaciones de quetzales entre los 1700 y 2270 metros de altura en el oriente hacia Boquete en la localidad de Finca Lérida y Quebrada Bajo Chiquero. Otras 54 especies de aves eran de fácil observación en los bosques nubosos.
Igualmente en ese tiempo por todos los alrededores del Volcán Barú había en relativa abundancia especies cinegéticas que estaban bajo presión, tales como el tapir, venado corzo, conejo pintado, león de montaña (puma), jaguar, pavas y palomas, entre otros.
Igualmente ya ella registró que ya para 1972 se veía venir un aparente uso directo del Volcán como sitio recreativo, ya que habían escaladores, caminantes y campistas y ya había acumulación de desechos sólidos.
De acuerdo a LaBastille el Quetzal era una de las principales atracciones del parque, sugirió que a bajas elevaciones de lo que es hoy el Parque Nacional Volcán Barú, debían como parte del manejo, designar las mejores áreas de avistamiento de quetzales como santuarios y con un manejo estricto.
En estos momentos existe el Sendero Los Quetzales en el Parque Nacional Volcán Barú en su sector norte, que hace honor al ave símbolo del parque y que su fragilidad ante tanta perturbación nos haga reflexionar que el Parque Nacional Volcán Barú es un área frágil con especies y ecosistemas frágiles. El Parque es un área núcleo de la Reserva de la Biosfera La Amistad y debe ser respetado aún con mayor cautela, los planes que destruyen el valor del parque, su naturaleza y su capacidad de proteger especies grandes y pequeñas casi erradicadas del resto de las montañas del Pacífico del Istmo de Panamá.
El turismo ecoturístico se puede hacer dentro y fuera del Parque, pero dentro del parque debe ser de bajo impacto y bien regulado. Fuera del parque existen innumerables sitios aún no utilizados para generar un turismo de calidad. Intervenir el parque con carreteras, teleféricos y centros comerciales es un augurio del final, que nunca soñó la ecóloga Anne LaBastille cuando hizo el primer inventario ecológico de esta magnífica montaña y sus riquezas.
El desarrollo sostenible es letra viva y obligatorio en gobernantes serios. El turismo sostenible debe ser aprendido por la Administración del Estado actual y comenzar a hacer las cosas bien y nunca improvisadas. Desarrollo sostenible sí, desarrollismo no. Turismo sostenible sí, turismo improvisado y depredador no.
El autor es Presidente de Proyecto Primates Panamá

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